Hace 15 años que no vivía una campaña electoral presidencial peruana estando en el Perú. Es realmente una experiencia muy dura ya que el deterioro general del país aflora por sus cuatro costados. Si hace quince años había puyas y bastante suciedad en las campañas, también había algunas ilusiones tras el fin de la dictadura, algo de vergüenza por lo acontecido y un poco de ideas y algo de verdades. Hoy el ambiente es muy repulsivo por el nivel de ignorancia, de cinismo y la violencia con la que se desarrolla lo que debería ser un debate entre personas e ideas. Además, en las excepciones (en orden alfabético: Barnechea, Guzmán, Mendoza) se aprecia falta de filo, algo de torpeza, soberbia e incluso algunos personajes indeseables agazapados tras un/a candidato/a potable.
Así, es muy difícil sobreponerse al ambiente de estercolero y tratar de pensar en los problemas mayores y, por esa razón, me animo a escribir sobre la situación coyuntural (cosa que prefiero evitar como regla general) ya que creo que implica una situación mucho más grave que lo que suele ocupar nuestra coyuntura cuasi farandulera/delincuencial.
Estamos en una situación en la que existe una importante probabilidad que en la segunda vuelta presente como opciones a dos versiones del fujimorismo:
- la versión genética, la que porta el apellido y algunas de las viejas figuras; una versión que dice querer distanciarse de las viejas prácticas pero que no se atreve a llamar al crimen por su nombre (los llama “errores”) y traiciona sus intenciones manifiestas con hechos cotidianos como una lista parlamentaria que “incomoda” incluso a personas que hacen parte de ella; y
- la versión engendrada por el fujimorismo, la que no tendrá el apellido pero que representa la cultura política acuñada en los años noventa donde la plata puede pragmáticamente primar y aplastar cualquier cosa; donde no existen reparos, moral, un mínimo de sangre en la cara; donde se celebra la ignorancia y se le llama “compromiso con la educación,” y donde se puede abofetear al país entero con la billetera y decir altaneramente que lo único que falta en su carrito de compras es la presidencia del país.
Si esto es así, debería resultar más que evidente que el siempre bien recibido crecimiento económico (del ciclo que estamos terminando) no ha ido acompañado por un progreso en niveles de civilidad; es decir, no ha representado nada que se parezca a desarrollo: lo peor de los noventa (el cinismo, la mentira, la ignorancia, la desconsideración por el otro, el pisoteo de las normas, la destrucción de las instituciones, el robo descarado, etc.) sigue muy campante y electoralmente respaldado por medio país. ¿Será que los 90 nos legaron un país cínico y lumpenizado?
Esto debe ser refregado en el rostro de todos aquellos que a lo largo de estos años han denostado de cualquiera que haya tratado de sugerir que el crecimiento (la plata) no es lo único que importa. Las últimas dos décadas han estado marcadas por el desinterés –salvo honrosas excepciones- de quienes más podrían hacer (a más poder, más responsabilidades) por la cultura, el arte, la reflexión crítica, y la construcción institucional. En particular, los sectores económicamente pudientes y la prensa destacan por su obcecación: ganar plata justifica la TV/radio/diarios basura, ganar plata justifica escaparse de responsabilidades tributarias y subvencionar a delincuentes convertidos en “políticos,” ganar plata justifica no apostar por la educación o por las instituciones, sino por los candidatos con los que se puede “negociar.” De hecho, cada vez que alguien se ha atrevido a decir que la plata no es todo, que el Estado debe actuar para garantizar derechos y promover el bienestar, que se necesita diversidad de opinión y no un dogmático y miope evangelio económico, viene el carga-montón premunido de insultos a cargo de diversos adalides del oscurantismo (empezando por algunos emblemáticos seudo-periodistas amados por las tribunas de nuestro circo romano).
Hoy muchos se rasgan las vestiduras ante la presencia de los dos fujimorismos pero ¿qué hicieron para que el país pueda producir algo mejor que esto? ¿acaso ya no están calculando con cuál de los dos pueden “negociar” como antes negociaron con los gobiernos más corruptos de la historia del país? (es importante hablar en plural, sino terminamos con la escena cínica de “al ladrón, al ladrón” que hemos presenciado en los últimos días).
En 2011, la entonces única candidatura del fujimorismo llegó a la segunda vuelta gracias a la miopía y el mezquino interés de tres candidatos (Kuczynski, Toledo y Castañeda) ya que si sólo uno de ellos hubiese depuesto su pequeño interés en aras de alguno de los otros dos, la segunda vuelta hubiese sido de otra forma. ¿Vamos a repetir el plato?
Personalmente, pienso que Gonzáles Prada sentiría que sus palabras más vehementes quedarían cortas para describir a nuestros “doctores” del plagio y del narcoindulto, a nuestra versión caricaturesca del monje copista, a los moralistas que protegen pederastas, a la candidata de la mochila cargada por el latrocinio de su padre y algunos de sus tíos (sanguíneos y “de leche”) a los que no se atreve a condenar, etc.
¿No será tiempo de decir basta?
Aquellos que se supone no son parte de este legado nefasto ¿no deberían empezar a discutir como unir fuerzas para poder tener una opción en la segunda vuelta?
¿No deberíamos demostrar de modo activo nuestro rechazo a esta situación y exigir que quienes representan esa decadencia del país simplemente, en un rapto de dignidad, colaboren multiplicándose por cero?
Gracias Carlín por ayudarnos a sobrellevar estos tiempos:
Tomado de: http://larepublica.pe/impresa/carlincatura/732265-carlincatura-del-sabado-9-de-enero-de-2016 |
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