Un primer elemento se vincula a las características más generales de la escuela como espacio en el que nuestros niños y adolescentes se encuentran por un período prolongado de tiempo tanto cotidiano (5 horas diarias, cinco días a la semana, 40 semanas al año) por un período extendido de sus vidas (nuestra educación obligatoria se extiende por 14 años). Así, la experiencia escolar es, incluso vista desde un criterio tan básico como el tiempo destinado a ella, muy importante, máxime si consideramos ciertos atributos de la realidad social y familiar contemporánea.
Nos encontramos en un mundo en el que las estructura familiar se transforma de modo importante: las familias tienden a ser más pequeñas en su composición, muchas de ellas, incluso, experimentan problemas mayúsculos que tendemos a clasificar como “disfuncionalidades” y las labores de cuidado de los menores (como de otros miembros dependientes, como muchos adultos mayores y personas que padecen de alguna condición médica que los limita) se ven desafiadas en hogares en los que el adulto a cargo no puede hacerse cargo de éstas sea por encontrarse solos (hogares uni-parentales) o por su incorporación al mundo laboral, y por la propia inoperancia de nuestros arreglos institucionales para ofrecer servicios de cuidado y protección a todos los que lo necesiten.
Así, la escuela termina siendo, muchas veces sin que lo pensemos de modo explícito o lo hayamos esperado, un espacio clave para brindar a los menores las condiciones básicas de seguridad y afecto que el hogar no (siempre) brinda. Incluso en los casos en los que los hogares pueden manejar el cuidado de los menores de modo efectivo, el tiempo que un menor pasa en la escuela torna obligatorio asegurar que ésta sea un espacio seguro, cálido y acogedor.
Esto, además, se vuelve imperativo en un contexto general donde la inseguridad, la violencia, la discriminación, la ausencia de diálogo y de conversación abierta, la carencia de espacios de recreo y de la paz requerida para el reconocimiento personal son problemas mayúsculos.
En ese sentido, la escuela tiene la obligación de ser, en primer lugar, un espacio acogedor, seguro, saludable y disfrutable: la seguridad, el afecto, y la comprensión son elementos fundamentales para el sano desarrollo de las personas y, por ello, la escuela debe ser, en primer lugar, un espacio caracterizado por dichos atributos. Esto, por otra parte, no se limita a atributos de las interacciones entre las personas, sino también a aspectos de la organización y funcionamiento como los horarios (hoy definidos en función de las necesidades de los padres que trabajan, o de los docentes, y no pensando en qué sería mejor para los estudiantes), calendarios (hoy pensados para asegurar que los docentes gocen de sus vacaciones en el verano), y el propio espacio físico, el mobiliario y equipamiento, etc.
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