Hace varios años me contaron ese chiste que decía que si un médico del siglo XIX fuera traído de vuelta a la vida y llevado hoy a un quirófano, no tendría idea acerca de qué hacer; en cambio un buen maestro en una situación similar tomaría un trozo de tiza (o un marcador en caso haya una pizarra acrílica) y retomaría la lección que dejó el día anterior. Obviamente, este chiste parte de una exageración aunque, sin embargo, tiene ciertos elementos de verdad.
En primer lugar, hay algo en la tarea educativa verdadera que no se reduce a la tecnología usada, sino que pasa por la interacción maestro-alumno. En ese sentido, no parece un problema que la educación del siglo XXI tenga algún parecido con la del siglo XIX. Por otra parte, también hay muchas áreas en la que sí es un problema que este parecido subsista.
Los "sistemas educativos" creados el siglo XIX permanecen hoy en día y no resulta claro si esa permanencia es el resultado de que sigan cumpliendo un papel valioso (hay casos en los que esto no parece ser así) o, más bien, es el peso de intereses creados el que pugna por mantenerlo incluso frente a algunos intentos de reforma.
El principal problema que veo es que hemos llegado a una situación en la cual la principal pregunta de política educativa parece ser ¿Cómo arreglamos el sistema educativo? Cuando el interés público necesita que uno se pregunte ¿Cómo aseguramos aprendizajes?
Hasta ahora ambas preguntas han sido tratadas como equivalentes cuando no lo son y esta diferencia podría estar a punto de hacerse más que evidente.
La Fundación de los Premios X ha
anunciado que para fines de 2013 lanzará un premio de 10 millones de dólares para quien logre desarrollar una tecnología que permitiría que los 60 millones de niños para las que la escuela no es una opción (la cifra representa aproximadamente el 10% del total de niños que debería estar en la educación primaria, la mayoría de estos 60 millones de niños nunca ingresará a la escuela o ya lo hizo y tuvo que abandonarla) logren desarrollaran sus habilidades básicas de alfabetismo. Esta tecnología deberá de modo necesario funcionar sin el concurso de una escuela (debido a que la escuela justamente no es una opción real para quiénes son su población objetivo).
Antes de seguir, una nota sobre los Premios X: se trata de una iniciativa para brindar un estímulo económico significativo a aquéllos que puedan realizar innovaciones mayores y demostradas. El primer Premio X fue dado hace unos años a la primera iniciativa privada de construcción de una nave espacial capaz de llevar al menos a tres pasajeros fuera de la atmósfera, regresar a salvo y poder reutilizar la nave en pocos días. Esa innovación ha permitido iniciativas privadas que en poco tiempo permitirán reducir los tiempos de vuelo en la tierra: un vuelo suborbital permitirá unir dos puntos cualesquiera del planeta (que cuenten con un espacio-puerto) en aproximadamente dos horas. Una rama de la empresa de Richard Branson (Virgin Galactic) ya está vendiendo los tickets para los primeros vuelos. Desde entonces los Premios X han estado centrados en la industria espacial y la medicina.
La nueva iniciativa de la Fundación de los Premios X es encabezada por tres personajes del mundo educativo: Nicholas Negroponte (MIT), Gordon Brown (ex primer ministro británico y actual enviado especial del Secretario General de las UN para su iniciativa
Global Education First), y Ken Robinson (educador crítico del paradigma que subyace a los sistemas educativos modelados bajo un prisma academicista y a imagen de un modelo de producción industrial, ver su más reciente, 2013, participación en
TED).
Si se logra concretar esta iniciativa es posible que en unos dos o tres años tengamos una tecnología que permita que los niños puedan desarrollar sus habilidades básicas de alfabetismo sin la mediación de una escuela o de un maestro.
Si bien la iniciativa no está planteada como la búsqueda de un competidor de la escuela ya que: (i) va dirigida a aquéllos a los que la escuela no llega y (ii) no pretende lograr todo lo que la escuela tiene como mandato, lo cierto es que dado que la escuela no logra lo que se supone debe hacer, y que ni siquiera asegura lo más básico, si una tecnología diferente a los sistemas educativos sí lo lograse, entonces estaremos ante un desafío radical a los sistemas educativos actuales: si los niños pueden aprender a leer, escribir, usar números por ellos mismos sólo descansando en una tecnología presumiblemente de bajo costo por niño, ¿Qué sentido tiene que los estados gasten en sistemas educativos varias veces esa cantidad si ni siquiera logran que los niños logren leer de modo competente tras seis años de escuela primaria?
No estoy sugiriendo que la innovación que se desarrolle habrá de reemplazar ineludiblemente a la escuela (aunque tal vez lo haga con relación a varias de las tareas que la escuela debería lograr -probablemente en lo circunscrito a lo cognitivo), pero podrá desafiarla radicalmente.
Tal vez ése sea el terremoto que necesitan los sistemas educativos para reformarse, o las personas para decidirnos a reformarlo.