Una idea que se repite como letanía en el mundo de la
educación desde hace más de cinco décadas es que todos los Estados deberían
destinar “al menos” el seis por ciento de su producto a la educación.
Una idea como ésta debería, inmediatamente, levantar algunas
sospechas, especialmente porque nunca viene asociada a algún argumento que
sustente por qué razón seis y no, digamos, 5,7 o 7,3 por ciento; o porque
después de 50 años de repetida la monserga es probable que las cosas sean
diferentes y habría que, al menos, “actualizar” la recomendación de marras. O,
más osadamente, uno podría preguntase por qué la inversión pública en educación
debería indexarse a la riqueza y no a otras cosas. Lo cierto es que no hay un
solo argumento que sustente este meme
que persiste en el mundo de la educación tanto como la gripe en el mundo de la
salud. En otra parte, Juan
Fernando Vega ha hecho una revisión del éxito de este meme. No voy a repetir nada de lo que él ya dijera y de lo que yo
mismo he escrito al respecto en este blog hace
casi un año.
Lo que quiero hacer en este post es mostrar un gráfico que
me parece ilustrativo sobre el problema del financiamiento estatal de la educación. Si el famoso “6 por ciento” que “al
menos” debería destinarse a la educación tuviese algún sentido, cabría esperar
que aquéllos que invierten “más” (en estos términos) debieran lograr algo más
con ello. Esto es muy fácil hacerlo con estadística internacional, pero me
pareció interesante hacerlo mirando hacia dentro del país. Es decir, en vez de
pensar en una comparación entre países, ¿por qué no comparamos a las regiones del
nuestro?
El siguiente gráfico muestra la (absurda) relación entre el
gasto público en educación regional como porcentaje del producto regional y el
porcentaje de niños de segundo grado que logra un desempeño satisfactorio en
lectura de acuerdo a la Evaluación Censal de Estudiantes (ECE). En ambos casos, se
muestra información de 2012.
Los ejes del gráfico (destacados en una línea gris gruesa)
se corresponden con los valores medios nacionales y dividen el gráfico en
cuatro áreas de posiciones relativas: encima/debajo del promedio nacional en
desempeño/gasto.
La línea roja muestra el umbral de famoso 6 por ciento.
El gráfico muestra una tendencia que es exactamente opuesta
a lo que la “recomendación” sobre el gasto esperaría. Esto no quiere decir que
hay que gastar menos (en términos relativos al producto) para lograr mejores
resultados, solamente significa que no hay ninguna razón para que estas dos
cosas estén relacionadas de alguna forma que tenga sentido como ya se ha
explicado en la nota
que mencioné arriba. Dado el absurdo, prefiero no hacer comentarios acerca de la triste situación de aquéllos donde, efectivamente, se "ha logrado" gastar "al menos" seis por ciento ... (todos por debajo del mediocre resultado nacional en comprensión lectora).
Lograr que los niños aprendan pasa por gastar, probablemente,
más de lo que hoy gastamos en términos absolutos (unos dos mil soles al año por
estudiante de primaria) y, sobretodo, por hacerlo mejor como señaló la propia UNESCO en un texto
más lúcido (ver los capítulos dos y cuatro) sobre este tema que la famosa “recomendación.” Una idea
interesante que cabe preguntarse es qué logran otros en nuestro propio país con
dos mil soles al año, es decir, qué pasa con las escuelas privadas pagadas en la
que los padres pagan lo mismo que nosotros pagamos vía impuestos por la educación
estatal ¿se logra los mismos resultados?
El crecimiento de la matrícula privada experimentado en los últimos
años nos debería servir para indagar sobre aspectos como éste y aprovechar de
mejor manera el incremento en el gasto por alumno en el sector estatal derivado
del crecimiento económico, y de los cambios en la matrícula: hoy tenemos un
millón de estudiantes menos en la primaria estatal que en el año 2001 (sobre esto
haré un post específico) debido a que, cada año, nacen menos niños, hay menos
repetición en primaria, y hay una mayor matrícula no estatal. Aprovechar esta
situación para gastar mejor pasa por formularse algunas preguntas incómodas,
por ejemplo, ¿por qué si la matricula estatal ha caído en un millón de estudiantes
(aproximadamente 28 por ciento) tenemos ocho por ciento más de
docentes que entonces?
Abordar el problema del financiamiento estatal de la educación supone elaborar con seriedad (más allá de monsergas carentes de sentido) y preguntarse las preguntas adecuadas.
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