05 junio, 2016

Por un pelo

El día de hoy, tuvimos la cuarta elección de un gobierno nacional desde la última (y más retorcida) dictadura de nuestra historia y, sin embargo, hoy fuimos a votar sabiendo que cerca de la mitad de los peruanos habría de expresarse por el retorno de dicha dictadura.
Felizmente, la dictadura no volverá. Pero, ha sido un estrecho margen el que nos ha permitido elegir un gobierno democrático y, es posible, que aún este resultado sea alterado mediante maniobras como aquéllas que ya han manchado el carácter democrático de este proceso electoral.

Así, nos encontramos en un momento peculiar en el que parece que el país está por echar por la borda lo aprendido y construido luego de derrotar al último régimen dictatorial del país. Pero, ¿qué es lo que aprendimos y construimos desde la caída de la dictadura?
Creo que es en la respuesta a esta pregunta donde yace la explicación a la triste coyuntura en la que nos encontramos. Para decirlo de modo muy escueto: al término de la dictadura no ha habido mayor esfuerzo de construcción de una república democrática. Con las justas, ha habido una obsesión con construir una economía estable, basada en el crecimiento (arrastrado por la gran inversión) que, en el mejor de los casos, sólo es condición pero no garantía del desarrollo democrático.
De hecho, la obsesión con un modelo económico que beneficia inmensamente a una élite muy pequeña del país, de modo parcial a sectores medios que representan un quinto de la población, y que alcanza, si acaso, bajo la forma de “chorreo” a no menos de dos tercios del país que vive sobre la base de empleos precarios es parte del problema que estamos viviendo.
En efecto, el énfasis ideológico de las últimas décadas en la protección del “modelo” ha ido acompañado de un desdén mayúsculo por los problemas centrales de la construcción de una vida civilizada: instituciones, imperio de la Ley, igualdad de las personas en libertades y dignidad, limitar las profundas asimetrías de poder reforzadas por el propio modelo, capacidad para el diálogo y la reflexión crítica y autónoma, etc.
Ese desdén ha fortalecido las tendencias menos solidarias entre las personas, distintas formas de corrupción, segregación, ilegalidad, discriminación, y mediocridad que parecen haberse reunido bajo las banderas fujimoristas. Sin embargo, no hay un decantamiento tan simple de las cosas, recordemos que el "Dr. Copia pero no plagia" (un perfecto fujimorista bajo estos estándares) se subió al carro de PPK y hoy, seguramente, está atento a cómo cobrar por ello. Y éste, sin duda, no es el único caso.
Durante los 15 años que han seguido a la caída de la dictadura, el Perú ha logrado progresos menores, muy limitados, o incluso retrocedido en áreas clave de la vida civilizada como (para solo poner algunos ejemplos):

  • Tener un sistema de “aseguramiento de la ley” (policía + ministerio público + poder judicial) que bien podría ser descrito como el principal enemigo de la vida democrática en el país justamente por no ser capaz de garantizar el Imperio de la Ley y la igualdad de las personas ante el orden normativo legítimo, sino que es un actor clave en lograr todo lo contrario.
  • Tener una sociedad civil debilitada con organizaciones gremiales inexistentes y demonizadas (como muchos sindicatos), corruptas (como diversos sindicatos, colegios profesionales, asociaciones vecinales, comités de vaso de leche, etc.), cómplices o tolerantes de la acción criminal, o celebratorias de la dictadura y de la obsesión con un modelo económico que los beneficia y los distancia cada vez más del resto del país (ciertos gremios empresariales).
  • Tener un sistema educativo débil que, a pesar de las mejoras evidentes de los últimos 20 años, había alcanzado tal nivel de descomposición que todas esas mejoras parecen nimias al lado de lo que se necesita. Como dijo el Ministro Saavedra a poco de asumir el cargo “es una situación dramática que requiere cambios dramáticos” y, justamente, esos cambios dramáticos han estado ausentes de las políticas educativas y, por supuesto, del reclamo de padres, estudiantes y docentes, durante las últimas décadas sin excepción alguna.
  • Tener una prensa y medios de comunicación patéticos que propalan ignorancia e incapaces de autocriticarse por haber sido comparsa de la mafia. Una prensa que, en escasas ocasiones, da muestras de dignidad y profesionalismo pero que las más de las veces no tiene reparos en alojar y sostener a "lumbreras" como los Betos, Aldos, Phillips, o esa inefable señora que se da el gusto de abusar del sistema de protección contra la difamación cuando ostenta niveles de vituperación que compiten con los altos estándares logrados en los 90. Y no hablemos del “entretenimiento” que no hace sino reforzar la ignominia y las formas más viles de discriminación y embrutecimiento.

Entonces, ¿por qué nos debe sorprender el casi triunfo del fujimorismo, sino no hemos hecho mucho para construir una vida democrática en el país? ¿cuántas universidades estatales han empezado a actuar de acuerdo al interés público y dejado en segundo lugar el interés particular de sus docentes? ¿cuántos abogados han sido inhabilitados por sus Colegios por faltas éticas? ¿cuántos gremios empresariales han denunciado su propio pasado de colusión con la dictadura? ¿cuántos padres de familia reclaman que sus hijos aprendan a leer en la escuela? ¿cuántas periodistas se han resistido a que las obliguen a bailar grotescamente con el paladín de la impunidad? ¿cuántos seudoanalistas han dejado de ser invitados a la TV luego de manifestar abiertamente su misoginia en agravio de la periodista que lo entrevistaba?
Uno de los problemas más difíciles que tenemos delante es que el día de hoy elegimos un gobierno democrático (felizmente) compuesto por personas que han sido parte de esa obsesión con el modelo y el desdén de la civilidad. ¿Alguno de nosotros cree que el presidente electo va a, por ejemplo, reformar el MEF? ¿qué va a entender que el país necesita construir instituciones para contrarrestar a la dictadura y la corrupción? ¿Acaso no sabemos bien que su antifujmorismo reciente (inexistente hace semanas) es básicamente circunstancial ya que la política –la de verdad- es un área de preocupación que escapa a su perspectiva?
Personalmente, creo que hoy hemos ganado un poco de aire, pero no mucho más. Lo que tenemos por delante pasa, si nos interesa construir un país con una vida digna para todos, donde se respeten los derechos fundamentales de todos por igual (¿acaso el desarrollo es algo distinto de esto?), por construir en todos los frentes. Construir lo que no hemos construido en los últimos 15 años: (i) organizaciones civiles libres de corrupción; y (ii) organizaciones políticas en serio (gracias Julio Guzmán por empezar esta tarea; ojalá alguien de derecha se anime a construir un partido democrático que, para empezar, suscriba documentos que para sus adalides de hoy serían caviarísimos como, por ejemplo, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos; y ojalá algo similar ocurra en la izquierda).
No basta con una marcha (o dos) contra el Fujimorismo; necesitamos acciones sostenidas y en frentes muy diversos. Por ejemplo, podríamos exigir a la Embajada del Vaticano que recojan al cardenal que han puesto en este país o, más importante, la derogatoria (por discriminatorias) de todas las menciones existentes en el nuevo currículo nacional a la educación religiosa (en realidad protestar ante el Ministerio de Educación por esto no tiene sentido pues no ha sido su decisión, el Ministerio sólo ha aceptado contradecir su propia propuesta curricular en ciudadanía sancionando la presión de una iglesia que -incluso a pesar de las opiniones expresas de su papa en esta materia- busca que nos quedemos en el siglo XVI).
Asimismo, podríamos recordar cuán sucias han sido estas elecciones y exigir que el JNE en pleno renuncie.
... Hay mucho pan por rebanar.

Nos esperan años difíciles.

27 enero, 2016

Entre dos fujimorismos

Hace 15 años que no vivía una campaña electoral presidencial peruana estando en el Perú. Es realmente una experiencia muy dura ya que el deterioro general del país aflora por sus cuatro costados. Si hace quince años había puyas y bastante suciedad en las campañas, también había algunas ilusiones tras el fin de la dictadura, algo de vergüenza por lo acontecido y un poco de ideas y algo de verdades. Hoy el ambiente es muy repulsivo por el nivel de ignorancia, de cinismo y la violencia con la que se desarrolla lo que debería ser un debate entre personas e ideas. Además, en las excepciones (en orden alfabético: Barnechea, Guzmán, Mendoza) se aprecia falta de filo, algo de torpeza, soberbia e incluso algunos personajes indeseables agazapados tras un/a candidato/a potable.
Así, es muy difícil sobreponerse al ambiente de estercolero y tratar de pensar en los problemas mayores y, por esa razón, me animo a escribir sobre la situación coyuntural (cosa que prefiero evitar como regla general) ya que creo que implica una situación mucho más grave que lo que suele ocupar nuestra coyuntura cuasi farandulera/delincuencial.
Estamos en una situación en la que existe una importante probabilidad que en la segunda vuelta presente como opciones a dos versiones del fujimorismo:
  1. la versión genética, la que porta el apellido y algunas de las viejas figuras; una versión que dice querer distanciarse de las viejas prácticas pero que no se atreve a llamar al crimen por su nombre (los llama “errores”) y traiciona sus intenciones manifiestas con hechos cotidianos como una lista parlamentaria que “incomoda” incluso a personas que hacen parte de ella; y
  2. la versión engendrada por el fujimorismo, la que no tendrá el apellido pero que representa la cultura política acuñada en los años noventa donde la plata puede pragmáticamente primar y aplastar cualquier cosa; donde no existen reparos, moral, un mínimo de sangre en la cara; donde se celebra la ignorancia y se le llama “compromiso con la educación,” y donde se puede abofetear al país entero con la billetera y decir altaneramente que lo único que falta en su carrito de compras es la presidencia del país.
Si esto es así, debería resultar más que evidente que el siempre bien recibido crecimiento económico (del ciclo que estamos terminando) no ha ido acompañado por un progreso en niveles de civilidad; es decir, no ha representado nada que se parezca a desarrollo: lo peor de los noventa (el cinismo, la mentira, la ignorancia, la desconsideración por el otro, el pisoteo de las normas, la destrucción de las instituciones, el robo descarado, etc.) sigue muy campante y electoralmente respaldado por medio país. ¿Será que los 90 nos legaron un país cínico y lumpenizado?
Esto debe ser refregado en el rostro de todos aquellos que a lo largo de estos años han denostado de cualquiera que haya tratado de sugerir que el crecimiento (la plata) no es lo único que importa. Las últimas dos décadas han estado marcadas por el desinterés –salvo honrosas excepciones- de quienes más podrían hacer (a más poder, más responsabilidades) por la cultura, el arte, la reflexión crítica, y la construcción institucional. En particular, los sectores económicamente pudientes y la prensa destacan por su obcecación: ganar plata justifica la TV/radio/diarios basura, ganar plata justifica escaparse de responsabilidades tributarias y subvencionar a delincuentes convertidos en “políticos,” ganar plata justifica no apostar por la educación o por las instituciones, sino por los candidatos con los que se puede “negociar.” De hecho, cada vez que alguien se ha atrevido a decir que la plata no es todo, que el Estado debe actuar para garantizar derechos y promover el bienestar, que se necesita diversidad de opinión y no un dogmático y miope evangelio económico, viene el carga-montón premunido de insultos a cargo de diversos adalides del oscurantismo (empezando por algunos emblemáticos seudo-periodistas amados por las tribunas de nuestro circo romano).
Hoy muchos se rasgan las vestiduras ante la presencia de los dos fujimorismos pero ¿qué hicieron para que el país pueda producir algo mejor que esto? ¿acaso ya no están calculando con cuál de los dos pueden “negociar” como antes negociaron con los gobiernos más corruptos de la historia del país? (es importante hablar en plural, sino terminamos con la escena cínica de “al ladrón, al ladrón” que hemos presenciado en los últimos días).
En 2011, la entonces única candidatura del fujimorismo llegó a la segunda vuelta gracias a la miopía y el mezquino interés de tres candidatos (Kuczynski, Toledo y Castañeda) ya que si sólo uno de ellos hubiese depuesto su pequeño interés en aras de alguno de los otros dos, la segunda vuelta hubiese sido de otra forma. ¿Vamos a repetir el plato? 
Personalmente, pienso que Gonzáles Prada sentiría que sus palabras más vehementes quedarían cortas para describir a nuestros “doctores” del plagio y del narcoindulto, a nuestra versión caricaturesca del monje copista, a los moralistas que protegen pederastas, a la candidata de la mochila cargada por el latrocinio de su padre y algunos de sus tíos (sanguíneos y “de leche”) a los que no se atreve a condenar, etc.
¿No será tiempo de decir basta?

Aquellos que se supone no son parte de este legado nefasto ¿no deberían empezar a discutir como unir fuerzas para poder tener una opción en la segunda vuelta?
¿No deberíamos demostrar de modo activo nuestro rechazo a esta situación y exigir que quienes representan esa decadencia del país simplemente, en un rapto de dignidad, colaboren multiplicándose por cero?

Gracias Carlín por ayudarnos a sobrellevar estos tiempos:

Tomado de: http://larepublica.pe/impresa/carlincatura/732265-carlincatura-del-sabado-9-de-enero-de-2016