05 abril, 2013

¿Prescribir o habilitar? That is the question

El mal comienza cuando, en lugar de estimular la actividad y las facultades de los individuos, y de las instituciones, los sustituye con su propia actividad; cuando, en lugar de informar, y aconsejar, y si es preciso, denunciar, él los somete, los encadena al trabajo o les ordena que desaparezcan, actuando por ellos. El valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que le componen; y un Estado que pospone los intereses de la expansión y elevación intelectual de sus miembros en favor de un ligero aumento de la habilidad administrativa, en detalles insignificantes; un Estado que empequeñece a los hombres, a fin de que sean, en sus manos, dóciles instrumentos (incluso para asuntos de carácter benéfico), llegará a darse cuenta de que, con hombres pequeños, ninguna cosa grande podrá ser realizada; y que la perfección del mecanismo al que ha sacrificado todo acabará por no servir de nada, por carecer del poder vital que, con el fin de que el mecanismo pudiese funcionar más fácilmente, ha preferido proscribir.

Aunque parezca una crítica de aquello que fuera llamado "socialismo real", el texto anterior en realidad fue originalmente publicado en 1859, es decir, once años antes del nacimiento de Lenin y sus seguidores. El texto es el cierre de la obra "Sobre la Libertad" de John Stuart Mill y anticipa las debilidades centrales de cualquier enfoque estatista, al tiempo que presenta una reflexión fundamental acerca de la manera como se manejan los asuntos públicos: ¿qué debe hacer el Estado?

La respuesta de Mill a esta pregunta es muy simple, el Estado debe permitir y facilitar que la gente actue, no debe actuar por la gente.

Esta idea de profunda raigambre liberal se ha ido verificando a lo largo de los años no sólo por el colapso de los sistemas estatistas sino, y fundamentalmente, por que la comprensión de los asuntos humanos que avanzan las ciencias sociales muestra, de modo sistemático, que el orden social es un orden emergente que se basa en la acción de las personas y no en un "plan" (quinquenal o de cualquier otro tipo) que prescribe lo que se supone que, a juicio del burócrata, la gente "debe" hacer.

Diversas áreas de la vida tratan de ser reguladas por burócratas especializados que se irrogan facultades que no tienen ya que nadie es omniscente y, justamente, el cambio social se procesa siempre en formas inimaginadas e inimaginables en miríadas de contextos locales. Reconocer que el orden social es un cosmos (un orden que emerge de la acción de cada agente) y no un taxis (un orden impuesto por un ser en particular), usando las expresiones griegas que Hayek retomó hace mucho tiempo, lleva a entender que el rol de la política debe centrarse en habilitar a los agentes para que estos actúen según su mejor saber y entender. Así, no existe un "eje" del cambio social ya que éste es omniaxial.

Burocracias perdidas bajo el peso de su propia torpeza pasan la mitad del tiempo inventando "soluciones" y la otra mitad del tiempo tratando de lidiar con el hecho que la gente no actúa como el burócrata quisiera o espera. ¿No sería acaso más provechoso brindar las condiciones, los recursos, las normas, las seguridades que la gente necesita para actuar? ¿En qué medida las políticas estatales apoyan a los ciudadanos en vez de tratar de ensayar "soluciones" pergeñadas en el seno de la burocracia?

En diciembre de 2012 participé en un seminario en el que uno de los expositores criticaba el hecho que las políticas públicas en educación estaban en manos de "edu-cratas", durante mi presentación, me permití discrepar y decir que en realidad se trataba de "buro-cadores" ya que es la vocación prescriptiva lo que prima incluso por encima de sus preocupaciones educativas.

En un país y un tiempo donde el (sólo hasta cierto punto) liberalismo económico parece haberse consolidado como ideología compartida por casi todo el espectro político y mucho de la ciudadanía, sería importante tratar de cultivar algo de lo mejor que trajo al mundo el liberalismo político: una noción fuerte de ciudadanía, de su accionar y responsabilidad que se puede cultivar con políticas públicas que no expropien la capacidad de actuar de las personas sino que, justamente, se aboquen a apoyar dicha capacidad.

Sólo aquéllos que conciben al Estado como "Papá Gobierno¨ tienen interés en desplegar una gran diversidad de acciones y programas que sirven para reforzar una posición subordinada de las personas que terminan desarrollando estrategias diversas para acceder a los favores del "Papá Gobierno". Un país de ciudadanos, no necesita de esa forma de accionar sino de un Estado que regule y garantice los derechos de todos por igual.

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