12 abril, 2013

Subidas y bajadas

Como parte de mi retorno al Perú he estado haciendo uso de lo que mal llamamos transporte público (en otro post me referiré a este tema) y, por supuesto, una de las cosas que siempre me ha llamado la atención es que en los buses que tienen dos puertas y existe la indicación de que una es para subir y la otra para bajar, dichas indicaciones no tienen siquiera un valor referencial ni para los pasajeros, ni para los responsables del vehículo (chofer y cobrador).

Hace unos días, subí a uno de estos buses y noté que dichas indicaciones aparecían en un sentido en la parte exterior del bus y en sentido opuesto en su interior. Es decir, a los que están afuera se les dice que la puerta delantera es la de subida y la posterior de bajada, mientras a los que ya están en el bus se les dice lo opuesto. Esto, en un universo donde lo escrito tiene sentido, produciría una absurda congestión en las puertas que, en el Perú, se produce igual ya que siempre son usadas de modo indistinto independientemente de lo que esté escrito.

En un tono más bien jovial le comenté al cobrador esta situación. Este me miró con una mirada de tal nivel de extrañeza que por un momento estuve a  punto de dudar si yo había hablado en castellano. Más allá de la expresión de su rostro, el personaje no articulo respuesta alguna.

Habiendo leído hace muchos años los excelentes trabajos de Juan Biondi y Eduardo Zapata, nada de esto me extrañó pues en el Perú, la letra escrita es lo extraño, lo ajeno, lo carente de sentido.

De hecho, este post juega con una afirmación que no es empíricamente correcta: asume que lo escrito en el bus es información que se busca transmitir a alguién, asume que es un mensaje cuando en realidad no es sino un elemento pictórico (probablemente obligado) que no pretende decirle nada a nadie y, más aún, que los potenciales receptores tampoco tienen el más remoto interés en recibir como mensaje.

Y pensar que Alan García se atrevió a decir (y a establecer un día para recordarlo) que el analfabetismo había sido "erradicado" del Perú (afirmación que, en sí misma es un sin sentido total por muchas razones que son objeto de otro post).

La enajenación que marca la relación entre el peruano y el texto escrito es un tema mayor que penosamente no recibe ni cinco centavos de atención de parte de prácticamente nadie. ¿Hasta qué punto los docentes reciben formación para enseñar a leer que considere la oralidad del país? (ciertamente también cabe preguntarse hasta qué punto los docentes son capacitados para enseñar a leer a secas) ¿No es esto acaso algo escencial para identificar zonas de desarrollo próximo? La relación entre capacidades lectoras y oralidad parece ser un tema inexistente para aquéllos que gestionan las acciones públicas en educación y, lo que me preocupa mucho más, para los propios dizque ciudadanos.

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