Como parte de mi retorno al Perú he estado haciendo uso de lo que mal llamamos transporte público (en otro post me referiré a este tema) y, por supuesto, una de las cosas que siempre me ha llamado la atención es que en los buses que tienen dos puertas y existe la indicación de que una es para subir y la otra para bajar, dichas indicaciones no tienen siquiera un valor referencial ni para los pasajeros, ni para los responsables del vehículo (chofer y cobrador).
Hace unos días, subí a uno de estos buses y noté que dichas indicaciones aparecían en un sentido en la parte exterior del bus y en sentido opuesto en su interior. Es decir, a los que están afuera se les dice que la puerta delantera es la de subida y la posterior de bajada, mientras a los que ya están en el bus se les dice lo opuesto. Esto, en un universo donde lo escrito tiene sentido, produciría una absurda congestión en las puertas que, en el Perú, se produce igual ya que siempre son usadas de modo indistinto independientemente de lo que esté escrito.
En un tono más bien jovial le comenté al cobrador esta situación. Este me miró con una mirada de tal nivel de extrañeza que por un momento estuve a punto de dudar si yo había hablado en castellano. Más allá de la expresión de su rostro, el personaje no articulo respuesta alguna.
Habiendo leído hace muchos años los excelentes trabajos de Juan Biondi y Eduardo Zapata, nada de esto me extrañó pues en el Perú, la letra escrita es lo extraño, lo ajeno, lo carente de sentido.
De hecho, este post juega con una afirmación que no es empíricamente correcta: asume que lo escrito en el bus es información que se busca transmitir a alguién, asume que es un mensaje cuando en realidad no es sino un elemento pictórico (probablemente obligado) que no pretende decirle nada a nadie y, más aún, que los potenciales receptores tampoco tienen el más remoto interés en recibir como mensaje.
Y pensar que Alan García se atrevió a decir (y a establecer un día para recordarlo) que el analfabetismo había sido "erradicado" del Perú (afirmación que, en sí misma es un sin sentido total por muchas razones que son objeto de otro post).
La enajenación que marca la relación entre el peruano y el texto escrito es un tema mayor que penosamente no recibe ni cinco centavos de atención de parte de prácticamente nadie. ¿Hasta qué punto los docentes reciben formación para enseñar a leer que considere la oralidad del país? (ciertamente también cabe preguntarse hasta qué punto los docentes son capacitados para enseñar a leer a secas) ¿No es esto acaso algo escencial para identificar zonas de desarrollo próximo? La relación entre capacidades lectoras y oralidad parece ser un tema inexistente para aquéllos que gestionan las acciones públicas en educación y, lo que me preocupa mucho más, para los propios dizque ciudadanos.
12 abril, 2013
05 abril, 2013
¿Prescribir o habilitar? That is the question
El mal comienza
cuando, en lugar de estimular la actividad y las facultades de los individuos,
y de las instituciones, los sustituye con su propia actividad; cuando, en lugar
de informar, y aconsejar, y si es preciso, denunciar, él los somete, los
encadena al trabajo o les ordena que desaparezcan, actuando por ellos. El
valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que le componen;
y un Estado que pospone los intereses de la expansión y elevación intelectual
de sus miembros en favor de un ligero aumento de la habilidad
administrativa, en detalles insignificantes; un Estado que empequeñece a los
hombres, a fin de que sean, en sus manos, dóciles instrumentos (incluso para asuntos de carácter benéfico), llegará a darse cuenta de que, con hombres
pequeños, ninguna cosa grande podrá ser realizada; y que la perfección del
mecanismo al que ha sacrificado todo acabará por no servir de nada, por
carecer del poder vital que, con el fin de que el mecanismo pudiese funcionar
más fácilmente, ha preferido proscribir.
La respuesta de Mill a esta pregunta es muy simple, el Estado debe permitir y facilitar que la gente actue, no debe actuar por la gente.
Esta idea de profunda raigambre liberal se ha ido verificando a lo largo de los años no sólo por el colapso de los sistemas estatistas sino, y fundamentalmente, por que la comprensión de los asuntos humanos que avanzan las ciencias sociales muestra, de modo sistemático, que el orden social es un orden emergente que se basa en la acción de las personas y no en un "plan" (quinquenal o de cualquier otro tipo) que prescribe lo que se supone que, a juicio del burócrata, la gente "debe" hacer.
Diversas áreas de la vida tratan de ser reguladas por burócratas especializados que se irrogan facultades que no tienen ya que nadie es omniscente y, justamente, el cambio social se procesa siempre en formas inimaginadas e inimaginables en miríadas de contextos locales. Reconocer que el orden social es un cosmos (un orden que emerge de la acción de cada agente) y no un taxis (un orden impuesto por un ser en particular), usando las expresiones griegas que Hayek retomó hace mucho tiempo, lleva a entender que el rol de la política debe centrarse en habilitar a los agentes para que estos actúen según su mejor saber y entender. Así, no existe un "eje" del cambio social ya que éste es omniaxial.
Burocracias perdidas bajo el peso de su propia torpeza pasan la mitad del tiempo inventando "soluciones" y la otra mitad del tiempo tratando de lidiar con el hecho que la gente no actúa como el burócrata quisiera o espera. ¿No sería acaso más provechoso brindar las condiciones, los recursos, las normas, las seguridades que la gente necesita para actuar? ¿En qué medida las políticas estatales apoyan a los ciudadanos en vez de tratar de ensayar "soluciones" pergeñadas en el seno de la burocracia?
En diciembre de 2012 participé en un seminario en el que uno de los expositores criticaba el hecho que las políticas públicas en educación estaban en manos de "edu-cratas", durante mi presentación, me permití discrepar y decir que en realidad se trataba de "buro-cadores" ya que es la vocación prescriptiva lo que prima incluso por encima de sus preocupaciones educativas.
En un país y un tiempo donde el (sólo hasta cierto punto) liberalismo económico parece haberse consolidado como ideología compartida por casi todo el espectro político y mucho de la ciudadanía, sería importante tratar de cultivar algo de lo mejor que trajo al mundo el liberalismo político: una noción fuerte de ciudadanía, de su accionar y responsabilidad que se puede cultivar con políticas públicas que no expropien la capacidad de actuar de las personas sino que, justamente, se aboquen a apoyar dicha capacidad.
Sólo aquéllos que conciben al Estado como "Papá Gobierno¨ tienen interés en desplegar una gran diversidad de acciones y programas que sirven para reforzar una posición subordinada de las personas que terminan desarrollando estrategias diversas para acceder a los favores del "Papá Gobierno". Un país de ciudadanos, no necesita de esa forma de accionar sino de un Estado que regule y garantice los derechos de todos por igual.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)