06 mayo, 2019

La escuela boba (II): Introducción o para qué queremos escuela

Pienso en un niño nacido en estos días y trato de imaginar cómo debería ser la escuela que lo acoja el 2022 (no el 2021 ya que la fecha de referencia de la matrícula señala que debería tener tres años cumplidos al 31 de marzo y hoy es 8 de agosto de 2018–la racionalidad burocrática siempre presente en un sistema educativoa menos que nos atrevamos a pensar en una escuela desgraduada cosa que, por cierto, no es nada descabellada).
Esa escuela debería ser un lugar alegre, acogedor, seguro, cálido, lleno de disfrute y risas. Un lugar que tenga como mottola letra con alegría entra. Un lugar al que de gusto llegar y del que uno no quisiera nunca salir; así aprenderemos a llevar siempre con nosotros nuestra propia escuela interior; es decir, a cultivar nuestras ganas de aprender siempre. Un espacio abierto al mundo que haga crecer nuestra inherente curiosidad por el cosmos (todo lo que existe, ha existido y existirá) y que, de esa forma, nos ayude a encontrar con candidez nuestro lugar en él. Asimismo, una escuela feliz es una que pone como objetivo central de la experiencia educativa la felicidad de los estudiantes y que la búsqueda que ellos hagan de dicha finalidad a lo largo de sus vidas, no es otra cosa que su florecimiento y el desarrollo de su potencial en armonía con los demás y con el cosmos.
Así, la experiencia educativa habría de definirse como una en que se da el florecimiento general del espíritu de cada uno (así como de su cuerpo), afirmando los principios y propósitos que identifica el párrafo segundo del Artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: el pleno desarrollo de la personalidad; el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y la paz. Esto fue certeramente traducido por el Informe Delors en 1996 aunque el proceso de meme-tización de sus cuatro pilares haya llevado a que pierdan contenido (en su versión vulgata) y terminen siendo, muchas veces, menciones rituales carentes de mucho sentido. Así, resulta central recordar que la educación de las personas es, efectivamente, un proceso de desarrollo de la identidad personal (ser), que dicha identidad se fragua en colectividad (vivir juntos), que el aprendizaje nos permite actuar sobre el mundo (hacer), y que, por todo lo anterior, es clave que podamos seguir aprendiendo de modo continuo a lo largo de la vida (aprender).
Evidentemente, lo que dicen estos párrafos es tremendamente general. Por lo tanto, sólo sirve (si acaso) como faro que guíe las reflexiones que necesariamente debemos desarrollar. Todo lo que venga después debería servir para concretar los propósitos insertos en la generalidad de dichos párrafos.
Así, trataré de esbozar algunos elementos respecto de roles o sentidos claves de la escuela enfocándome en la educación básica de menores.

Continúa acá.

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