06 mayo, 2019

La escuela boba (vii): los docentes

La escuela que he buscado reseñar en el texto precedente requiere repensar varias cosas centrales con relación a los adultos que están a cargo de guiar el proceso de aprendizaje de los estudiantes.
Para empezar, un docente tiene que ser capaz de proveer un espacio seguro, amable, cálido y de acogida a sus estudiantes. Esto supone tanto algunos atributos de carácter y de salud mental como capacidades específicas que le permitan entender y crear una experiencia conducente al aprendizaje tomando en consideración las circunstancias particulares de sus estudiantes. Es decir, la formación docente requiere de una importante dosis de formación sicológica, y una importante dosis de autoconocimiento y capacidad de manejo de sus propias emociones.
Asimismo, el docente debe ser competente con relación a las áreas de desarrollo que deben lograr sus estudiantes a lo largo de la educación básica. Esto debería ser evidente ya que, para ser docente, se debe haber culminado exitosamente esa misma educación básica (es decir, se debe manejar los aprendizajes propios de dicha educación). Esto no puede desdeñarse ya que, si queremos que los estudiantes puedan vincular contenidos de distintas áreas en saberes complejos, es necesario que el docente pueda acompañar ese proceso y no podría hacerlo si no reconoce alguno de sus componentes. Esto, por otra parte, es diferente de ser experto en la pedagogía de un área en particular cosa que, probablemente, empiece a ser menos importante que la capacidad para impulsar en los estudiantes el interés, la curiosidad y el ánimo indagador y reflexivo. A fin de cuentas, parte importante del ajuste de los contenidos y las actividades de aprendizaje puede descansar en LMS inteligentes y, por lo mismo, la labor docente debería enfocarse en aquéllas cosas que dichos sistemas no pueden hacer.
Asimismo, es clave recuperar el sentido profesional de la docencia. Una profesión se caracteriza, al menos, por tres atributos centrales: saber experto, juicio autónomo, y ejercicio colegiado. Es claro que tenemos problemas en esas tres áreas.
El tema del saber experto exige que se subsane los problemas de formación inicial que tenemos en nuestra docencia y que han sido relegados por décadas. El juicio autónomo supone, por una parte, romper la lógica con la que suele operar el sistema educativo que es concebido como un arreglo institucional mecánico en el que existe un único centro decisor y donde los demás agentes solo deben operar/ejecutar/implementar decisiones ajenas (sobre este tema volveré en la reflexión final) y, por otra parte, crear instancias que contrapesen la existencia de autonomía (una supervisión independiente) para que ésta no derive en la consagración de intereses particulares en desmedro del derecho de las personas a la educación (como ha sido el caso de la llamada autonomía universitaria que en vez de proteger la libertad de pensamiento, ha permitido que las camarillas que se han apropiado de diversas universidades conviertan a éstas en territorios libres de pensamiento).
El ejercicio profesional docente, por tanto, requiere abordar diversos problemas centrales de la organización y gobernanza del sistema educativo de manera que se invierta la pirámide que suele poner en la cúspide a un Ministerio prescriptor y coloque en la parte superior a las instituciones educativas de forma que todos los demás agentes (empezando por el propio ministerio) estén al servicio de ésta, creando las condiciones (habilitando) para que éstas operen de modo exitoso basándose en colectivos profesionales que saben cómo ejercer su trabajo en entornos colegiados, de confianza y orientados a garantizar el derecho de los estudiantes.

Continúa acá.

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